En una misión suicida y expuestos a la radiactividad, 180 técnicos y expertos luchan por enfriar los reactores.
Aunque escasa, y cada vez más debilitada, ellos son la única esperanza que le queda a los japoneses para impedir una nube radiactiva. Se trata de los héroes de Fukushima: 180 operarios que, como los antiguos kamikazes, están arriesgando sus vidas para intentar salvar a su país. A diferencia de aquellos pilotos suicidas, que estrellaban sus cazas «zero» contra los portaaviones estadounidenses en el Pacífico, éstos no combaten a un enemigo de carne y hueso, sino algo mucho peor: la radiación.
Es un duelo desigual. A su rival no lo pueden ver ni tocar, pero saben que está acechándolos en la central nuclear de Fukushima. Al principio había unas 800 personas encargadas de controlar la central, que ha sido escenario de accidentes mortales y gravísimas explosiones. Pertrechados con trajes especiales y máscaras, 50 de ellos fueron seleccionados para enfriar los reactores cuando el riesgo se hizo tan insostenible que obligó a desalojar al resto.
Como le ocurrió a los «liquidadores» que se quedaron hasta última hora en Chernóbil, la mayoría de estos héroes kamikazes morirá en un futuro más cercano que lejano por culpa de algún cáncer maligno. Adaptando la particular filosofía del «buhshido», estos nuevos samuráis se habrán hecho el harakiri para salvar a sus compatriotas de una nueva pesadilla nuclear.
Aunque escasa, y cada vez más debilitada, ellos son la única esperanza que le queda a los japoneses para impedir una nube radiactiva. Se trata de los héroes de Fukushima: 180 operarios que, como los antiguos kamikazes, están arriesgando sus vidas para intentar salvar a su país. A diferencia de aquellos pilotos suicidas, que estrellaban sus cazas «zero» contra los portaaviones estadounidenses en el Pacífico, éstos no combaten a un enemigo de carne y hueso, sino algo mucho peor: la radiación.
Es un duelo desigual. A su rival no lo pueden ver ni tocar, pero saben que está acechándolos en la central nuclear de Fukushima. Al principio había unas 800 personas encargadas de controlar la central, que ha sido escenario de accidentes mortales y gravísimas explosiones. Pertrechados con trajes especiales y máscaras, 50 de ellos fueron seleccionados para enfriar los reactores cuando el riesgo se hizo tan insostenible que obligó a desalojar al resto.
Como le ocurrió a los «liquidadores» que se quedaron hasta última hora en Chernóbil, la mayoría de estos héroes kamikazes morirá en un futuro más cercano que lejano por culpa de algún cáncer maligno. Adaptando la particular filosofía del «buhshido», estos nuevos samuráis se habrán hecho el harakiri para salvar a sus compatriotas de una nueva pesadilla nuclear.